Como ya sabéis, la semana pasada pude escaparme unos días al pueblo natal de mis abuelos paternos, Puebla de Sancho Pérez, situado en el sur de Badajoz. Cuando varias personas me pidieron que compartiera mis impresiones al hacer un viaje tan largo en autobús (son más de 1.100 kilómetros ir y otros 1.100 para volver a Barcelona), decidí que dedicaría todo mi esfuerzo a aproximaros lo mejor posible a los encantos de este pueblo tan plagado de recuerdos para mí y tan especial en mi vida.
En este caso, emprendí este viaje el pasado 10 de septiembre y, debido a que únicamente sale de Barcelona un autocar diario en dirección al pueblo de mi abuelo y su salida es incompatible con mi horario laboral, para llegar a mi destino utilicé una combinación que ya había elegido anteriormente. A las 22 hrs me subí al primer bus de Alsa que me llevaba hasta la estación sur de Madrid, Méndez Álvaro, cuya llegada estaba prevista para las seis de la mañana.
En los quince años que llevo haciendo este viaje, puedo afirmar que nunca había hecho un viaje tan malo. En primer lugar, el aire acondicionado estaba a una temperatura más que gélida para la época del año en que estamos y, por otro lado, tenía por compañera de viaje a una chica que no dejó de hablar por teléfono hasta pasadas las tres y media de la madrugada, sin dejar dormir al resto de las personas que hacíamos ese viaje.
Las caras de los viajer@s que nos dirigíamos a la capital eran de lo más diversas, había personas de diferentes orígenes y edad. Esta es una estampa muy distinta a la que sueles ver cuando te desplazas en el autobús que va directamente a Extremadura, ya que en este caso siempre predominan parejas extremeñas de 55 a 70 años y que aprovechan siempre que pueden para escaparse unos días a su lugar de nacimiento.
Habiendo podido dormir más bien poco, llegamos muy puntuales a Madrid, por lo que me tocaba esperar dos horas hasta la salida del segundo autocar que me llevaba a mi destino. En este íntervalo de tiempo pude ver bastantes personas que me resultaron bastante curiosas, entre ellas a un doble del ya difunto Vicente Ferrer, fundador de la ONG con el mismo nombre, y a una señora que se paseaba por la estación en batín y zapatillas de estar por casa. En un primer instante, no pude contener una sonrisa, pero después lo pensé mejor y, teniendo en cuenta el frío que hacía en Madrid la mañana del 11 de septiembre, tenía ganas de quitarme el sombrero por esa señora. No todo el mundo optaría por esa indumentaria, pero ya lo dicen, “ande yo caliente, ríase la gente”.
Después de más de quince horas de viaje, por fin a la una y media del mediodía ya llegaba a mi destino. Es imposible describir la sensación de nostalgia y cotidianidad que siento cuando desde el bus ya veo el cartel que anuncia el nombre del municipio en la entrada al pueblo. Muchas veces es increíblemente difícil conseguir retener las lágrimas de la emoción tan inmensa que siento.
Puebla de Sancho Pérez es un enlace a diferentes escenas de mi adolescencia, grandes momentos, buenos y malos, e irrepetibles retales de mi vida. El aprendizaje del valor de la amistad, la aventura de crecer en la locura y en la despreocupación, la inocencia del primer beso dado desde el corazón… En definitiva, es mi retroceso a aquellos tiempos en los que desconocía las obligaciones del mundo adulto y en los que, sin ser consciente, me iba transformando en la persona que soy en la actualidad.
Como os decía al principio de este post, las razones que me llevan a visitar este pueblo siempre que puedo son principalmente familiares, por lo que, como es lógico, la mayor parte del tiempo allí aprovecho para estar con los míos. La primera tarde de mi llegada llevé a mis primas pequeñas a dar un paseo por el centro y pudimos ver juntas lo que aún perduraba de las fiestas patronales de la Virgen de Belén, celebradas pocos días antes. Aquí tenéis una foto como muestra de ello:
Algunos de mis momentos preferidos siempre que voy son los increíbles desayunos de los que puedes disfrutar allí por un precio más que asequible, teniendo en cuenta su calidad y especialmente su extraordinario jamón, merecedor de un artículo a parte.


Si alguna vez decidís visitar la zona y probar estos desayunos, no olvidéis pedir sólo media “tosta” si no tenéis mucha hambre. Son suculentas y con media os bastará para saciar el apetito.
A modo de ocasión especial y diferencia respecto a otros viajes, mi gran amigo Francisco insistió en llevarme de ruta por algunos de los puntos de mayor interés del municipio. El 13 de septiembre comenzamos nuestra excursión en la calle Gabino Amaya, calle que merece su nombre al distinguido escultor que nació en ella en 1.896. Un rato después pudimos disfrutar de algunas de sus magníficas esculturas, conservadas en la Casa de la Cultura del pueblo.


Otro de los aspectos que llamaron mi atención durante el recorrido que hicimos fue la cantidad de señales presentadas a lo largo de la Vía de la Plata dirigidas a los incontables peregrinos que ponen rumbo a Santiago a través de caminos extremeños. Aquí tenéis la muestra de ello:


Seguidamente, nos dirigimos en coche a la Parroquia de Santa Lucía, lugar en que se celebran las principales liturgias del pueblo. Construida en el siglo XVI alberga diferentes curiosidades, como la rosa trabada en una de sus piedras y la piedra en que se plasma el inicio de su construcción.



Descubriendo curiosidades por los diferentes laterales de la iglesia, hubo otro detalle que me pareció cuanto menos gracioso… ¿Habéis visto alguna vez una calle con dos placas con su nombre en menos de 2 metros? Pues aquí la tenéis, os presento a la calle Iglesia:

Una vez finalizada esta visita, mi amigo y yo nos dirigimos en coche hasta la Avenida de Nuestra Señora de Belén para contemplar el Vía Crucis del pueblo y esta bonita vista:


Continuamos nuestro trayecto rumbo a los campos situados entre Puebla de Sancho Pérez y uno de los municipios vecinos, Medina de las Torres, pero no sin hacer una parada en la Ermita de Belén, lugar donde duerme la imagen de la patrona del pueblo.

Después de un buen rato visitando lugares, la tarde empezaba a caer y aún nos quedaba visitar la zona de cultivos y caza que os he comentado antes, momento en que nos tocó aparcar el coche, saltar una verja e invadir propiedad privada para poder mostraros algunas de las imágenes que publico a continuación:




¿Entendéis ahora por qué os recomendaba este lugar para disfrutar de unos días relajantes y en desconexión? Pasear por estos caminos del pueblo no tiene precio y son realmente ideales para descansar la mente, huir de la rutina habitual y meditar en un ambiente tranquilo. Si aún no os he convencido, espero hacerlo con esta foto, mi preferida de todas las que tomé ese día:
Una vez llegados a este punto del día, voy a compartir con vosotr@s la anécdota más divertida de esa jornada. Al intentar regresar al pueblo y dar por finalizada esta aventura, no podía imaginar lo que iba a pasar a continuación, digno de alguna escena quijotesca.
Después de pasear y disfrutar de buena compañía, menuda cara se nos quedó a mi amigo y a mí cuando al montar en el coche para ir de regreso al centro del pueblo, nos retó la batería anunciándonos que el vehículo se había enamorado de las vistas y había decidido no moverse. Con varios intentos fallidos a la espalda, algo cansados y preocupados, mi amigo Paco se alejó unos pasos para pensar y concienciarse de que nos esperaban unos seis kilómetros a pie hasta llegar a nuestras casas.
Y en ese preciso instante, como acto reflejo de la cabezonería que me caracteriza, aquí una servidora intentó hacer un último intento y conseguir poner en marcha el coche de mi amigo. Y casualidades de la vida, o no, parece que el vehículo se compadeció de nosotros y el motor reaccionó a la primera!! Jajajajaja, salvados por la campana!! Con un poco de suerte, nos ahorrábamos el ratito a pie que parecía esperarnos! Creo que no olvidaré en mi vida la cara de mi amigo Paco mirándome desde varios metros a lo lejos del coche como si se le acabara de aparecer algún milagro divino.
En definitiva, aquí una servidora que lleva el carnet de conducir en el monedero desde hace tan sólo cinco meses siguió con el volante en mano y, con mi amigo ya subido en el coche, amparados en aquellos caminos dignos de alguna novela de caballería, pudimos regresar a las calles de Puebla de Sancho Pérez del mismo modo en que habíamos salido de ellas. Eso sí, compartiendo unas risas descontroladas durante todo el camino y aún sin creernos la suerte que habíamos tenido.
Y bien, esto es todo es por el momento… Espero que os haya gustado leer estas experiencias, no sin agradecer a mi amigo Paco el tiempo que me dedicó en este último viaje y sin dedicar esta publicación a las personas que han hecho posible que hoy comparta estas líneas con vosotros: mis abuelos paternos.
Un homenaje maravilloso 👍😊